Yo no creo que Raúl sea, como he escuchado por ahí, el mejor jugador en la historia del fútbol español porque me resulta muy dificil e injusto comparar a futbolistas de distintas épocas y demarcaciones.
Con esto no quiero restar mérito a un jugador que hizo virtud de sus defectos. Porque es cierto que nunca fue el más rápido, ni el más potente, ni el que mejor iba por alto, ni el más habilidoso. Sin embargo, suplió esas carencias con su inteligencia, su trabajo y su entrega hasta convertirse en un referente del fútbol español de los últimos 15 años y en alguien digno de admiración. Por eso quizá no sea el mejor futbolista español de la historia, pero uno de los mejores sí. Y por eso resultó vergonzoso comprobar que sólo 500 seguidores fueron al Bernabéu a despedirle.
Al verlo me acordé de los 80.000 que el verano pasado babeaban en las gradas en la presentación de Cristiano Ronaldo y pensé en lo injusto que es el fútbol. En lo fácil que es levantar ídolos y en lo pronto que los relegamos al trastero. En lo simple que es olvidar a quienes tanto nos dieron. En la memoria de pez que tienen (no todos, salvemos a esos 500 campeones) los aficionados al fútbol.
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