Una cosa te digo. Del partido de ayer nada que resaltar, salvo la vergüenza que sentí al ver al estadio animando a los rivales y celebrando cada gol ajeno como si fuera propio. Nada más que decir de un partido sin historia.
La historia vino después, y el protagonista se llama José Manuel, por ejemplo. José Manuel tendrá treinta y tantos años, es pequeñujo, moreno y chupaíllo y, como cada quince días, se enfundó su camiseta del Efesé y fue al estadio solo a ver a su equipo. Al acabar el partido, ya en la parada del autobús, se quitó su camiseta, la dobló y la guardó en su mochila, quedándose con la que siempre lleva debajo. Veintiun veces ha repetido este ritual, una por cada partido. Pero este era el último. Por eso esta vez se esmera más en doblarla y revisa cada pliegue con atención, y cada hilo del escudo bordado como si fuera de oro. Luego la besa con veneración y murmura entre dientes, entre solemne y melancólico: hasta el año que viene. Viendo el cariño con el que trata José Manuel esa camiseta queda claro lo que significa para él. No es solo un trozo de tela. Y seguro que, en su casa, quedará guardada en un sitio de honor y bien protegida hasta que, a finales de agosto, vuelva a rescatarla. Porque, para quien mide el tiempo por temporadas futbolísticas, decir hasta el año que viene significa hasta dentro de dos meses. Pues eso. Hasta dentro de dos meses.
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